SORPRESA EN LAS CENIZAS


Una hija y una madre
vivían todo el tiempo juntas,
pero se hicieron mayores
y a pesar de ser muy pobres,
siempre se tenían amores.

Un día que iban a buscar
agua a la fuente
que había en un manantial,
un coche las atropelló,
con tantísima mala suerte
que se las rompieron a las dos
todas las muelas y dientes.

¿Y ahora que comeremos,
decía la más vieja?
Pues comeremos caldibuches,
purés, salmorejo y berzas,
y algún vasito de leche con galletas.
Y así pasaban los años,
la más vieja iba a la iglesia
a pedir que le salieran los dientes,
aquellos que perdió un día
en un terrible accidente,
ante todo par aparentar más joven
y comer cosas más fuertes.

Pero Dios no hace imposibles,
y aquella hija y la vieja
se quedaron para siempre
sin tener jamás un diente.

Un día por la mañana,
la hija había madrugado,
y con el paso de las horas
vió que su madre no se había levantado,
y al irla a despertar,
se la encontró muerta de costado,
se había muerto sin rechistar.

El cura de la parroquia
hizo una colecta
para poder pagar
la incineración
de aquella señora tan vieja.

Terminada la función,
a la hija la entregaron
la urna con sus cenizas,
y las guardó en un rincón.

Un día que estaba muy triste,
abrió la urna en la mesa
para poder acariciar
las cenizas de su madre
que se murió siendo muy vieja.

Y al ir a acariciar las cenizas,
del susto que se pegó,
la dio una especie de patatús,
y casi se desmayó,
porque al tocar las cenizas
allí apareció un diente,
que evidentemente no era de su madre,
porque su madre no tenía dientes,
ya que los había perdido
hacia muchísimo tiempo
en un aparatoso accidente.

Si a usted le pasa lo mismo,
repase bien las cenizas,
no sea que le vayan a dar
en vez de un gato una liebre,
y en las cenizas de su pariente
se encuentre con otro diente,
que no sea de su difunto,
sino de algún otro pariente
o quien sabe, a lo mejor
son las del vecino de enfrente...

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