LA MADRE ABADESA SE ENAMORÓ


Iba alegre en su caballo,
en su caballo trotador,
caminando los caminos
sin ver jamás un amor.

Era de gran estatura,
alto y lleno de valor,
al pasar por un convento
su caballo se espantó,
algo debía barruntar,
porque después de la espantada,
el caballo relinchó.

Veinte monjas apenadas,
lloraban a su alrededor.
Presiento por tantos lloros,
que algo grave sucedió,
o quizá lloráis de pena
o hay alguna otra razón.

Venga, dejad de llorar,
que cuando el alma se parte,
las penas no se alejan
y no van a ninguna parte.

Habéis visto caminante,
que tenemos gran dolor,
tenemos una pena tan grande
que nos está rompiendo
a todas el corazón.

Diga usted, si no es tener pena,
si no es tener tanto dolor,
pues por amores la abadesa
no tiene bien la razón.

Pero prestad atención, señor,
quien ha sido ese galán
que una tarde de verano
logró a ella conquistar.

Ella dice que es una espiga
que muy sola la encontró,
la cogió con mucho mimo,
y al convento la llevó.

Ved señor como es locura,
ha perdido la razón,
como se pudo enamorar
de una espiga y sin flor
que en un trigal encontró.

A la espiga la dice versos,
y la mima con primor,
la ha llevado a la capilla,
y todos los días a tercias
la rezamos oración.

Buen caballero, pasad,
y ved como ella la reza
con una gran devoción.

Buenas tardes, abadesa,
buenas las tenga, señor,
diez monjas están llorando
presas de mucho dolor.

Pasad, caballero y ved
esto que me enamoró,
es una espiga que reluce
como si fuera el mismo sol.

Ella nunca tiene quejas,
duerme como si fuera un lirón,
es tan bonita y tan bella,
que para mí es un amor.

Solamente a veces dice,
que está esperando a un segador,
cuando muere lo da todo,
y fallece en un rincón,
hambre le quita al pobre,
y es mucho más generosa
que usted señor y que yo.

En los campos de trigales,
allí tiene su esplendor
donde anidan las perdices
y amapolas cobijó.

Y el caballero aturdido,
pensativo se quedó,
y se decía así mismo
en qué hora allí  llegó,
quien le trajo a ese convento
donde existe tanto amor,
una abadesa, una espiga,
yo que he sido segador.

Y el caballero asustado
la media vuelta se dio,
y al llegar a su destino,
no supo si aquellas cosas
que en aquel convento vio,
han sido una realidad,
o tal vez solo ficción,
o fueron casualidad
o cosas que un día soñó.


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