CUANDO YO ERA PEQUEÑITO 2ª PARTE

Para comprender bien
esta segunda parte,
es aconsejable que lean
lo que escribí
en aquella primera parte de
cuando yo era pequeñito.
además de lo que ya relaté
en aquella poesía
que escribí de la primera parte,
voy a contar ahora
lo que me dejé en el tintero,
en esta segunda parte.

En aquel entonces,
eran los tiempos de la disciplina,
de la miseria y del hambre,
los chicos llevábamos
como calzado alpargatas,
y algunos abarcas.
nunca llevábamos calcetines,
porque me parece que no existían
y si alguno se los ponía
estaba llenitos
de zurcidos y tomates.
Nosotros no pasábamos hambre,
la mayoría de los chicos
merendábamos,
el día que merendábamos,
pan con aceite sal y vinagre,
y los días festivos,
pan con “cacagüeses” y tocino,
y mi madre y mi abuela,
torreznitos fritos
con un vasito de vino.

Un día mi madre me preparó,
un bocata de chorizo,
y al vérmelo un amiguito,
que se le había muerto su padre
y se encontraba muy solito,
me dijo que si le podía dar un cachito
de mi bocata de chorizo,
y yo de la pena que me dio,
se lo di todo enterito.

Y fui corriendo a mi mamá
para decirle que un perrito
que era un poco ladrón,
me había comido todo el chorizo,
y entonces me preparó
otro bocata con salchichón.

Tenía un pajarito de color
que le llamaba de nombre pinzón,
que cantaba que era un primor.
Y le pasó lo que a mi perrito,
que un día se puso muy malo,
y le tuve que llevar a la casa
del señor veterinario,
que el pobre señor era
de muy pocas anchuras
y de estatura muy pequeñajo.

Y otra vez la misma cantinela,
como no tenía ni un chavo,
para pagar la consulta,
me dijo que esta vez
cogiera los huevos de las gallinas,
y que sacara todo el estiércol
que había en aquel sucio gallinero,
y ya de paso echara un vistazo a los marranos,
que le dijera si todavía tenían gusanos,
y que tuviera cuidado con el perro,
que era un poco traicionero
y me podía morder el culo
y el trasero todo entero.

Y como tenía más de dos mil gallinas,
y cientos de gallos
que eran muy cantarines,
me pasaba todo el día
oyendo el kakaraká de las gallinas,
oyendo el kirikikí de aquellos gallos,
y ya me estaba poniendo malito
de esos cánticos malditos.

Resulta que cogí
algo así como cien huevos
en una cesta de color carmesí,
pero no sé porqué, tropezé,
y menudo lío que armé.
se cascaron todos los huevos,
y yo salí de allí como la marabunta
corriendo como un galgo,
no fuese que me diera
aquel señor veterinario
una buena tunda.
Y yo pensaba que la consulta
le había salido a él muy cara,
porque encima de romperle los huevos
el pobre no me había cobrado nada.

También tenía un gato
que se llamaba peluquín,
porque tenía el pobre un tupé
que parecía un peluquín.
mi abuela le enseñó
a cazar cucarachas y ratas,
y algunas vecinas me lo pedían
para descastar sus casas
de ratas, hormigas y cucarachas.
A causa de algún ratón que se comió,
al parecer un día se indigestó,
y estuvo una semana
solito en un rincón.
Y como no era cosas de llevarle
a la casa del señor veterinario,
por lo que antes he relatado,
mi abuela le daba
un poco de aceite de ricino,
y le untaba la barriga
con un cacho de tocino.

Como ya dije en otra ocasión,
se me quitó aquella calentura
de querer irme a estudiar para ser cura,
pero en esta ocasión me dio un aire
de querer irme a un convento
para meterme de fraile.

Pero una tarde que la pandilla
íbamos a robar peras,
resulta que fuimos a robarlas
al convento de los frailes.
y claro, lo que tenía que suceder,
sucedió, y vaya como sucedió.

Como yo era el más pequeño,
y los frailes nos estaban viendo,
vinieron los frailes del convento
a todo gas y corriendo,
y me cogieron in fraganti
comiendo peras y robando ciruelas,
y me metieron para dentro
más que deprisa, corriendo.

Y vaya retahíla que me soltaron,
que si había profanado la clausura,
que si tal y que si cual,
que ya no lo recuerdo,
pero sí que me dijeron
que de seguir así
me iría derechito a los infiernos.
y otra vez con los infiernos,
debía yo de ser muy malo,
porque nunca me dijeron
que un día iría al cielo.

Yo les decía,
que me había dado un aire
y que me quería ir un día
a un convento para ser fraile.
y entonces me contestaron
que si yo fuera un día fraile
ellos se irían del convento a otra parte,
porque yo era un pájaro,
pero que con muy malas artes.

Y como todos me decían
que para perdonar los pecados
había que restituir lo robado,
y como las peras ya estaban
dentro de la barriga,
y no era cuestión
de vomitarlas enseguida,
me dijeron que tenía que ir
veinte días de pastor con sus rebaños,
porque aquellos frailes
tenían bastante ganado.

Y así fue, me fui de pastor
con cuatro rebaños,
y a los pocos días,
me entraron unos picores,
que me volvía desesperado,
tenía picores y muchos granos
hasta debajo de los sobacos.
Un día mi madre me dice
que iba a venir el médico,
y que dejara solos
un momento los rebaños.
El médico me diagnosticó
que tenía una contagiosa sarna,
y que ya no debería ir más
con aquellos rebaños.

Y así lo hice,
pero resultó que las ovejas se dispersaron,
y como corrían por todos los campos,
había que ver a todos los frailes,
con sus largos hábitos,
Corriendo por los montes
a la caza y captura
de todos los rebaños.
Mi abuela me quitaba la sarna
y aquellos picores y granos,
untándome con un cacho tocino
y un poco de vino.

Esta vez tenía muchos pecados,
tenía esta vez muy lleno el saco,
pero los pecados más gordos
eran de nuevo los besos,
acompañados de algo de caricias,
y todo eso,
y también las peras que robé
a los frailes de clausura
donde ya no me podían ni ver,
y muchas más cosas
como es de suponer.

Y como tenía mucho canguelo,
no fuese que me entrara una calentura,
y que las palmase de repente,
y me fuera con premura,
al otro barrio de enfrente,
que estaba lleno de espesura,
yo me acordaba de haber
profanado aquella clausura,
y me fui a otra vez confesarme,
pero busqué otra iglesia más distante,
no fuera a suceder
que me encontrara a aquel cura,
que me mandaba siempre derechito
a los infiernos,
y a los crematorios,
sin pasar antes
por el mismo purgatorio,
para que entrase en los infiernos,
o bien de cabeza o bien de pie.
El caso era que según él
yo tendría que estar quemándome
de la cintura hasta el peroné.
desde el amanecer
hasta el anochecer,
sin nada de respiro
y por los siglos de los siglos.

Y por fin encontré esa iglesia
y en ella penetré,
y a lo lejos observé
que había un cura confesando
y allí que me lancé.
Como estaba muy oscuro,
no sabía quien podría ser.
me acerco muy sigiloso
y allá en un costado
del confesionario, me planté.

La verdad es que
no se le veía a aquel cura
ni las manos, ni la cara,
ni tan siquiera los pies.
Ave María Purísima le dije a aquel,
sin pecado concebida, me contesta él,
y de repente alza la voz me dice:
¡ya te cazé!, cuanto tiempo sin verte,
es que no te dejas ni ver.
Cómo me iba yo a dejar ver,
es que le tenía mucho miedo,
porque aquel cura era el que
siempre me enviaba a los infiernos
del derecho o del revés.

Ya me comenzaban
a entrar de nuevo los sudores.
Venga desembucha todo, me dice,
y de una sola vez,
y no te andes por las ramas,
bien derechito y al grano,
que te conozco pequeño bacalao.
Como hace mucho tiempo
que no te confiesas, ni rezas,
traerás esta vez el saco bien llenito,
seguro que llenito hasta la bandera,
y date con un canto en los dientes
de que los pecados no pesan,
porque si pesasen un poco
como las judías,
los garbanzos y las lentejas,
es que no podrías llevar
el saco ni a cuestas,
y menos venir desde tu casa a la iglesia
que ahí si que hay una gran cuesta.


Y yo pensaba para mí
que esta vez el saco no estaba
llenito hasta la bandera,
sino hasta más allá de la frontera.

Y otra vez con el desembucha,
qué manía tenía aquel cura
de decir siempre desembucha.
Y yo, venga a desembuchar,
y le decía que a veces
tenía yo muy malos pensamientos,
y que con la húmeda,
ya es que ni se lo cuento,
porque de ella salen cada día
más de mil y pico fechorías.

Y desembuchando y desembuchando,
después de contarle
los robos de las peras,
yo comenzaba a estar sudando,
y ya por fin llegó el pecado del beso,
esta vez digamos que era
un beso ilustrado con lengua,
con caricias muy suavecitas,
que sabían mejor que el queso.

Y me pregunta el señor cura
que donde había sido el beso
y aquellos sobos tan guarros,
marrano que eres un marrano,
me repetia el cura
mientras yo me iba confesando.

Y yo le repliqué que
donde iban a ser,
pues el beso en la boca,
esta vez con su lengua tan rica,
y las caricias en las tetillas,
que como eran tan pequeñitas
yo pensaba que usted
iba a dejármelo pasar de puntillas,
porque no es lo mismo
acariciar unas grandes tetillas,
que unas más chiquititas,
el pecado será más pequeño,
pero que de todas formas,
tanto las grandes
como las más chicas,
están toditas muy ricas.

Y el cura me decía,
Que allí se va uno a confesar,
No a decir tantas tonterías.
El cura me repetía
Que si a mí me gustaría
que a mis hermanas
Algún sinvergüenza como yo
Algún día las acariciaran las tetillas.
Y yo decía que eso a mi
No me gustaría, pero que si a ellas las gustara
Que hiciese lo que la viniesen en gana.

Y cuando termino de decirle eso al cura,
Se arremanga la sotana,
se levanta, me mira
y sale disparado del confesionario,
me mira todo estrafalario,
y ¡zas! me arreó tal guantazo,
que estuve quince metros rodando,
y rodando rodando,
mientras aquel cura
me estaba insultando,
me fui a dar con la cabeza
en la pata de un gran banco
muy cerca de la puerta
de otro confesionario,
encima con la manía
que yo los tenía
a aquellos oscuros
y lúgubres confesionarios,
se ve que no podía
quitármelos de encima.

Estaba bien visto que,
aunque me fuera de legionario,
siempre habría allí un cura
metido en un confesionario,
y que me mandaría otra vez
a los más profundos infiernos
y de cabeza y bien adentro.
Tenía tanto desconsuelo
Que hasta me hice pis en el suelo.

En eso que se oyen pasos por fuera,
Como que alguien va a entrar a la iglesia,
Y por fin entra una vieja que venía
Apoyada con un bastón,
a rezar en aquella iglesia
su acostumbrada oración.
Y al verla entrar a la vieja,
el cura se asustó,
Y se escondió por detrás del altar.
La vieja me decía
Que qué es lo que me pasaba,
Que tenía tantos moratones,
Y la dije que era que unos ladrones
Habían querido pegar
A aquel señor cura,
Al que le hicieron muchos chichones,
Y que a mí me dieron una paliza
Porque le defendí al señor cura
Y no les dejaba nada robar,
Y además se fueron
sin nada que poderse llevar.

Y la vieja me decía
Que había visto algo
Que se movía detrás del altar,
La vieja me decía
Que le daba mucho miedo
Quedarme sola si tú te vas,
Porque hay algo que se mueve
Justo detrás de aquel altar.
Y no iba muy descaminaba,
Porque como ya he dicho antes,
Estaba el cura escondido detrás del altar.
Y yo la decía a aquella vieja,
que en esa iglesia
A veces se presentaban las almas en pena
Junto a la santa compaña y con velas.
¿Y que es lo que hacen eso que me dices
de la santa compaña, hijo?
En esto, el cura empieza a hacer ruidos
Con los nudillos en el suelo,
Para dar a entender a la vieja
Que era vedad la cantaleta
Que yo la estaba diciendo.

Mire, escuche señora,
La santa compaña
Son las almas en pena
Y van siempre en procesión,
Van todas con una vela
Y cogen a todas las viejas y se las llevan,
Y antes de matarlas,
Las meten en unas pellejas,
Y las emborrachan de vino,
Y luego las torturan
Metiéndolas veinte dias
En una bañera con al menos
Veinte mil sanguijuelas,
Y comiendo solo cebada y lechuga,
Y allí las tienen
Hasta que las chupan toda la sangre
Y se mueren de la anemia
Y de la grandísima tortura.

Mire, escuche,
Parece que ya están llegando,
Oiga, oiga el ruido de sus pasos.
La vieja al oír eso,
Le entró tanto canguelo,
Que diciendo aquello
De Ave María Purísima,
Que era la jaculatoria
Preferidas por todas las viejas,
tiró el bastón a un rincón
Y salió de allí corriendo,
Como si fueran a fusilarla un pelotón,
gritando muchos pecados
Contra todos los mandamientos.

Y yo, cogí el bastón de la vieja
Y salí detrás de ella
Como alma que lleva el diablo,
Con muy malos pensamientos,
No fuese que el cura
Como me tenía tanta rabia
Me quitara otra vez a guantazos
La calentura que ya
se me venía anunciando.

Y aquella vieja corría de tal manera
Que era imposible darle alcance.
Yo miraba para atrás,
Y no sé si era mi imaginación, o qué,
El caso es que yo veía a aquel cura
Con la sotana arremangada
Y persiguiéndonos
A mí y a la vieja
Para darme otro guantazo
Porque tenía esta vez muchos
Y muy gordísimos pecados.
Y claro, la gente
Que me veía corriendo tan deprisa,
Y con un bastón en la mano
Se pensaron que acababa de hacer,
Algo que fuese muy malo.

Y al llegar a mi casa,
Mi mamá me veía
Con un gran moratón
Y al verme con aquel bastón
Que era de la vieja,
me decía que otra vez
Me habría peleado
Con algún chico grandullón,
Porque sino, a que venía
Eso de llegar a casa con un bastón.
Yo no la dije nada
Y me fui a llorar junto a un rincón.
Y mi abuela me preparó
Para quitar aquel gran moratón,
Paños de agua fría
A los que añadía
Agua de sifón,
Sal muera y pimentón.
Y con ese remedio
Se me quitó muy pronto el moratón
Y también algún chichón

En vista de todo eso
Me tiré más de un año
Sin ir a confesar,
Y me fui de aquella iglesia
A todo volar,
Echando por la boca sapos y culebras
Donde nunca más volví a entrar.

Me pasé más de un mes
Con pesadillas por las noches,
Viendo en sueños al señor cura
Con la sotana arremangada
Y a la vieja con su garrote.

Lo que yo pienso es que aquella vieja,
En vez de ser una vieja,
era un ladrón disfrazado de vieja,
y se hacía un poco el remolón,
Y que venía a robar seguramente
los cepillos de San Antón
que había en aquella iglesia.
Porque es que yo nunca he visto
Correr así a una vieja,
Iba tan corriendo tan corriendo
Que parece que un león
Se la estaba comiendo.

Había una huerta a las afueras,
Que era de una mujer
que tenía dos monas,
Que la llamaban la tía chillona,
Porque cuando encontraba
A alguien robándole algo de la huerta,
Chillaba precisamente
como una mona cuando está loca.
Muchas noches íbamos nosotros
a robarla peras que estaban muy buenas,
Y al día siguiente la decíamos:
Buenos días, tía chillona,
hemos oído que anoche
Unos chicos la robaron las peras,
Si quiere, nosotros le cuidamos la huerta,
Y así cogemos a los ladrones
de las manzanas y de peras.
Pero no picó en el anzuelo
Porque decía que teníamos mala fama
Y que de nosotros no se fiaba.

Había una finca muy grande,
Llena de almendrucos y pardales,
Y un día fuimos a dar allí un baque
Para llenarnos las alforjas
De aquellos almendrucos
y de aquellos pardales.

Y como yo era muy escuchimizao,
Y era el más pequeño,
Resulta que me pilla el guarda
Y me pega en el trasero,
Un tiro de sal y pimienta.
Tenía tantos escozores,
Que no paraba por los rincones,
Y para que nadie lo supiera,
Me ponía cada mañana el trasero
En una cubeta
Llena de agua y colonia de fresas.
Y estuve así más de un mes
Que me tenía que sentar del revés.
A partir de entonces
Yo ya nunca fui más
A robar ni peras ni melones.

Como era un poco ignorante
Eso me decía mi abuela,
Un día por la noche
nos invitaron unos chicos,
Incluso a los más chiquininos
A la caza de los gamusinos.
Yo no sabía lo que eran
Eso de los gamusinos.
Resulta que según ellos,
Los iban despacito cazando,
Yo tenía que llevar el saco
Para meter a los que iban cogiendo,
Y aquel saco cada vez era más pesado,
El saco se iba llenando,
Ya pesaría más de veinte kilogramos,
Porque decían que esos animales
Estaban muy gordos y cebados,
Y yo venga a sudar y sudando
Llevaba a cuestas ese maldito saco.

Y como era de noche
Y no se veía nada,
Resulta que uno de los chicos
Hacía gruñidos
Para hacerme saber,
Que allí había más
Y más gamusinos.
Total que yo ya me mosqueo
Les dije que yo con aquel saco
Es que ya no podía de tanto peso,
Y me decían que si no llevaba el saco,
Luego no los cataría
ni chuparía tan siquiera un hueso.

Al día siguiente se lo conté a mi abuela
Y me dijo que era un ignorante,
Que aquellos gamusinos
No eran más que piedras grandes
Que los chicos metían en el saco
Para darme a mí por saco.

Yo a mi abuela
Le tenía mucho cariño,
Porque me desengañaba
Y me contaba cuentos
La mar de divertidos.
Todavía recuerdo este:

Una vieja y un viejo tenían un queso.
Vino un ratón y se comió el queso,
que tenía la vieja y el viejo.
Vino un gato y se comió al ratón,
que se comió el queso,
que tenían la vieja y el viejo.
Vino un perro y mató al gato,
que se comió al ratón,
que se comió el queso,
que tenían la vieja y el viejo.
Vino un palo y le pegó al perro,
que mató al gato,
que se comió al ratón,
que se comió elcqueso,
que tenían la vieja y el viejo.
Vino el fuego y quemó al palo,
que pegó al perro,
que mató al gato,
que se comió al ratón,
que se comió el queso,
que tenían la vieja y el viejo.
Vino el agua y apagó el fuego,
que quemó el palo,
que pegó al perro,
que mató al gato,
que se comió al ratón,
que se comió el queso,
que tenían la vieja y el viejo.
Vino el buey y se bebió el agua,
que apagó el fuego,
que quemó el palo,
que pegó al perro,
que mató al gato,
que se comió al ratón,
que se comió el queso,
que tenían la vieja y el viejo.
El buey se acostó y el cuento se acabó.

Un día, unos chicos de la pandilla,
Decidieron ir a cazar a un gato
Para luego al domingo siguiente
Matarlo, pelarlo y cocinarlo.
Invitarían a otros chicos
Y les dirían que habían cazado
Un grande y sabroso conejo
Detrás de algunos hierbajos.
Y que lo guisarían
A fuego lento
En pepitoria con tomillo y romero
Para quitar el sabor a gato.

Total que mataron al gato,
Le despellejaron,
Le cortaron la cabeza y el rabo
Y se pusieron a cocinarlo,
Escondiendo bien escondidos,
El pellejo, la cabeza y los intestinos.
Y empezaron a cocinarle
En pepitoria y despacio,
Y para disimular el sabor a gato,
Le echaron además
Más de medio kilo de ajos.

Ya iban los chicos llegando
A comerse cada uno
Una ración de aquel gato,
Que para ellos era un conejo
Con mucho sabor a ajo.
Una vez que se lo comieron,
dijeron que estaba muy bueno,
Y entonces al acabar el festín,
les enseñan del gato,
el pellejo, la cabeza
los intestinos y el rabo.
Nada más ver aquello,
Los chicos se pusieron a vomitar,
Y venga a vomitar y vomitando,
Uno de ellos echó por la boca
Hasta los garbanzos que había comido
El día de sus cumpleaños.

Antes, en los pueblos,
Los domingos venían
El piñonero, el melonero,
El paragüero, y el arenero.
El piñonero iba pregonando
Por todas las calles del pueblo:
¡Tengo los piñones
Tostaitos y abiertos!
¡Y otros también los tengo
Coloraos y tostaos!
Y claro, cuando venia el piñonero,
Los chicos nos escondíamos
En un portal, detrás de la puerta,
y unos decíamos gritando:
¿Cómo tiene el culo el piñorero?
Y otros repondían:
Tostaito y abierto
Y otras veces
Colorao y tostao.
El paragüero pregonaba
Que arreglaba cacerolas
Y cazuelas de porcelana,
Y todo los trastos viejos
Que hubieran en las casas.

Pero lo mas gracioso
Que me contaba mi abuela,
Era un señor que pregonaba
¡Ha llegado el sustanciero,
Quien quiere sustancia
Para el cocido de esta mañana!
Este señor llevaba
Atado en unas cuerdas,
Un cachito de tocino,
Otro de manteca
Y otro con un trozo de hueso
Y un cacho de berza.
Iba metiendo las cuerdas
En los guisos
Para darles más sustancias.
Llevaba un reloj de arena
Que media el tiempo
Según era el precio:
Con Cinco céntimos
Metía las cuerdas en el puchero
Cinco minutos y medio.

También en el pueblo
Se llamaba a cada uno
Por su mote y no por su nombre.
Había motes muy curiosos:
El pringao, el estirao
El zumbao, el peleao,
El viruelas, el ciruelas,
El gallito, el pajarito.
A mi abuela la llamaban
La garbancita
Porque era gordita
Y muy pequeñita,
Y a mi abuelo el periquito,
Porque tenía la nariz afilada.
Igualito que tienen el pico
los pajaritos y periquitos.

Algunas veces, los chicos
Jugábamos a ser soldaditos
Y a hacer muy bien la instrucción,
Con fusiles de cartón.
Yo como era el más pequeño,
Siempre hacía la guardia por la noche
Y me ponían de plantón,
Para dar el aviso
Si viniese un ladrón.

Una noche, los chicos,
Mientras yo estaba de plantón,
Se vistieron de fantasmas,
Y me echaban mucha agua
Con un botijo y un porrón.
Yo al ver a aquellos fantasmas,
Tiré el fusil al suelo
Y salí de allí corriendo
Por detrás de una jara,
Y ya no paré de correr
Creo que hasta Guadalajara.

Otro día la pandilla
Fuimos a coger cangrejos,
Y nos pilló la Guardia civil,
Y como no teníamos licencia,
Tuvimos que estar limpiando
Todos los domingos los montes
Desde febrero hasta abril.

Hoy, al pasar el tiempo,
Me gustaría volver al pasado,
Los caballitos de cartón,
El frío del campo,
La vieja caja musical
De todos mis sueños,
La jaula de mi canario,
Mis hermanas con sus muñecas,
Algunas tardes rezando.

Los juguetes por el suelo,
El cielo nublado,
Mi abuela haciendo punto,
Mi madre lavando
Y mi padre trabajando.

Aquellas confesiones,
con aquellos sermones,
los chichones y moratones,
y también algunos raspones,
los jerseys deshilachados,
los pantalones rotos,
los sueños rotos...

Hoy ya son todos recuerdos,
mi madre cuando nos contaba cuentos,
las sirenas del lago de los sueños,
caperucita roja
y tantas y tantas cosas...

Hoy soñé con volver a mi pueblo,
con volver a jugar en el parque
donde ahora sus árboles
ya estarán algunos secos
y otros ya serán muy viejos.

Yo soñé que guardaba mi bici
en aquellos escalones viejos,
y soñé con las calles de mi infancia
llena de piedras y agujeros.

Yo soñé con aquella infancia
y bonita y alegre añoranza...
con la escuela que tenía tinteros...
y me quedé clavado en el recuerdo...

Mi pueblo abandoné y he regresado
para darme cuenta,
que a pesar de la ausencia y el olvido,
todavía el cielo se pinta de colores,
y por esas calles empinadas
aun puedo ver llover
navegando con mis sueños
en mis barcos de papel,
mientras mi abuela duerme ahora,
el sueño eterno y más profundo.

Hay rostros conocidos con arrugas,
marcados por el tiempo y sacrificios,
son las manos humildes de mi pueblo,
manos que la tierra han trabajado,
y que ahora están en el olvido.

Y en aquella iglesia
habrá siempre un señor cura
dentro de un confesionario,
y que mandará a los chicos malos
a los infiernos o al purgatorio,
y a los más malos
a los profundos crematorios.
Y les pondrá de penitencia
rezar más de mil rosarios,
como me hacía a mí,
aquel señor cura
cuando yo era muy pequeño,
y él decía que yo tenía siempre
muchos y muy gordos pecados
a pesar de los pocos años...

Para no ser más extenso y aburrido,
aquí no pongo el punto final,
ni me despido,
porque si Dios me da más arte,
os prometo que muy pronto
habrá una tercera parte.

1 comentarios:

Unknown dijo...

La historia del cura y la confesion y lo que viene luego me han hecho reir a carcajada limpia. Sigue así.

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